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______Gonzalo Augusto Firpo – Motociclista.

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______Gonzalo Augusto Firpo – Motociclista.

Cruzando Caminos -CC23 SERVICIOS GRATUITOS-
______Publicado por Gonzalo Augusto Firpo en Gonzalo A. Firpo · Miercoles 08 May 2024 · Tiempo de lectura 5:15

Gonzalo Augusto Firpo – Motociclista.

Como saben, he recorrido todo nuestro país en motocicleta, desde Buenos Aires  hasta La Quiaca, desde allí hasta Mendoza y desde Mendoza hasta la lejana y sureña  Ushuaia. ¡A los cuatro vientos y por todos los puntos cardinales! Fue en el regreso de ese  hermoso viaje a la ciudad más austral del mundo, la capital de la provincia de Tierra del  Fuego, que junto a unos amigos (todos en sus motocicletas), nos encaminamos hacia la  localidad del Calafate para apreciar con propios ojos el grandioso glaciar Perito Moreno (Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO). Éramos cuatro motoviajeros los  que pudimos respirar los helados aires que exhala el glaciar. Obnubilados por tanta belleza  mis tres amigos decidieron pasar un par de días más allí en esa delicia de ciudad; por mi  parte, mis responsabilidades laborales me obligaron a partir raudamente y en completa  soledad hacia Campana, mi localidad de residencia. Encaré la mítica ruta 40 con rumbo  Norte a puro “ripio asesino”. La verdad es que tanto la “soledad” como el “ripio” son dos  condiciones que me agradan en extremo a la hora de andar en moto. ¡Lo mío enfáticamente  es la aventura en solitario! No es que estuviera mal acompañado ni nada por el estilo, sino  más bien, es una cuestión de gustos y de costumbre.  Ya en la ruta 40, crucé el río Santa Cruz y luego costeé el tremendo Lago Argentino (17000km/2 y 640 km de longitud de costa). Siempre apuntando al Norte, pasé junto a la  estancia “La Leona” y bordeé el bellísimo Lago Viedma; luego pueblito “Tres Lagos” (apenas  son unas casitas), estancia “La Lucía” y “La Guillermina”. Cabe destacar que entre cada  estancia hay más de 50 kilómetros a puro desierto patagónico y que nunca crucé ningún otro  vehículo, ni personas. Junto al Río Chico tomé un pequeño descanso, ya que este tipo de  terreno sin asfaltar tensiona mucho el manejo sobre la motocicleta y verdaderamente agota  el cuerpo entero además de ralentizar el andar. Supe en ese “parate” que la llegada a mi  destino para dormir, en la localidad de Bajo Caracoles, iba a ser de noche y que el  combustible alcanzaría justo; asumí tener que manejar un par de horas a oscuras y que iba  a tener que utilizar el bidón de reposición que llevo a todos lados para este tipo de  emergencias.  Entre el pueblito fantasma de Las Horquetas y Bajo Caracoles, sucedió lo dicho y “lo no  dicho”. Recuerdo perfectamente que tomé una recta larga de ruta (ya de asfalto) cuando  cayó la noche con su manto negro y helado sobre mi cabeza. Sabía que no estaba lejos de  la ciudad elegida para pernoctar pero la nafta… no me alcanzó. Lentamente, con la moto  apagada me detuve en la banquina y me dispuse a desatar el bidón para recargar el preciado  líquido en mi vehículo. Fue al bajar la cabeza para destapar el tanque de nafta de mi amada  Transalp 600 cuando una luz blanca y cegadora proveniente del cielo iluminó todo el  escenario, a mi moto y a mí. De repente no se escuchó más nada, ni un solo sonido, como  si los insectos o el viento hubiesen desaparecido por completo del lugar. ¡Me quedé inmóvil  y paralizado! Ni siquiera levanté la vista del depósito de combustible. Rápidamente supe que  se trataba de algo anormal o “paranormal”. Sin despegarme de mi motocicleta y sin soltar el  bidón tomé coraje y oteé hacia arriba. El cuerpo se me crispó por completo y comencé a  sudar. ¡Sentí que el piso se movía bajo mis pies! Una gran aureola lumínica blanca se  apostaba sobre mi persona a unos 100 metros de altura (¡O no sé, supuse que 100 metros!).  No me podía mover, aunque no sé si quería hacerlo. ¡No sabía qué hacer!  El disco luminoso tembló por unas milésimas de segundos en su lugar y como un rayo sin  estela salió despedido con rumbo Oeste apuntando a la gran cordillera de Los Andes. ¡Yo  seguía estático y tembloroso! (Siempre que se pueda estar “estático” y “temblando de miedo”  al mismo tiempo). El OVNI se detuvo furiosamente a unos mil metros a mi izquierda, hizo  estacionario en la altura por unos segundos y regresó. Yo no sabía si correr, prender fuego  el bidón, subirme a la moto o qué. Solo miraba rezando y sin entender esos movimientos  poco terrestres. De pronto volvió a temblar justo por encima de mí y con un zumbido aturdidor  desapareció en las alturas sin dejar rastro alguno. Yo por mi parte, más presto que nunca, también me dispuse a desaparecer.  Recargué nafta como pude. Era un manojo de nervios y miedo. Vertí más afuera que adentro  del receptáculo y… ¡revoleé el bidón! No quise ni siquiera tomarme el trabajo y el tiempo de  volver a atarlo junto con todo el equipaje.  Al llegar a la localidad mencionada y tan solo comentar lo sucedido a los lugareños pude  saber que nada de lo que me había pasado era parte de mí imaginación. Ese tipo de  avistajes, aunque no son ordinarios, ni algo que suceda todos los días, cada tanto pasan.  Algunos de los residentes del pueblo lo atribuyen a la cercanía del lugar con el sitio  arqueológico “Cueva de las Manos” (también declarado Patrimonio de la Humanidad por la  UNESCO).  _ No creerás que somos “tan especiales” los seres humanos como para estar solos en la  inmensidad del universo.- Me dijo un anciano que estaba apoyado en la barra de la pulpería donde me senté a comer  un delicioso refrigerio.



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